Transcripción del audio
Hola buenos días, buenas tardes o buenas noches. Me llamo César Giménez Sánchez, y presento el podcast desestropiciando. Este podcast trata, en general, de analizar los problemas a los que nos enfrentamos cotidianamente las personas discapacitadas y, en la corta medida de nuestras posibilidades, proponer alguna solución a esos problemas, obstáculos y barreras. Pero debo admitir que todavía estamos en una fase de denuncia que se me hace demasiado larga ya, después de muchos años, y que al oyente le llegará a cansar rápidamente.
Hoy deseo hablar de algo tan frecuentado por mí como son las bibliotecas, en concreto me refiero a la red municipal de bibliotecas de Málaga. Por tanto, el propósito es dar a conocer un poco la realidad de parte de la cultura en mi ciudad. Pretendo tratar tanto el acceso físico a los edificios e instalaciones bibliotecarios como a los servicios que ofrecen (libros, libros electrónicos, libros en diferentes formatos, audiolibros y lo que les haga más o menos accesibles al público discapacitado).
Para ir entrando en materia, hay que señalar, con el fin de dar un poco de contexto, que el porcentaje de analfabetismo en España a principios de siglo XIX superaba el 95%, por lo que hubiera sido bastante inútil tener unas bibliotecas públicas. A principios del siglo XX, ya con un sistema educativo público, el analfabetismo todavía llegaba al 65% de la población (frente al 50% de analfabetismo en la población europea), población española que rondaba los 15 millones de personas. Ahora a principios de siglo XXI, de un total de 39 millones de habitantes, más del 95% sabemos leer, otra cosa es el nivel de comprensión que tengamos, que yo creo que no alcanza tanto. En este siglo, por tanto, se justifica en cierto modo, la existencia de una red de bibliotecas a la que pueda acceder todo el mundo.
En Málaga, las bibliotecas municipales son 16, lo que yo creo que no está nada mal, si todas fueran accesibles a todo el mundo. Yo no he visitado las 16. Sólo he ido a las 3 que me pillan más cerca de casa. He intentado entrar a esas 3 bibliotecas con éxito bastante desigual. Una corresponde al barrio del Perchel, y se llama “Jorge Guillén” a esa no he podido entrar por algún motivo llamado escalón o escalera, lo típico. La segunda es la del barrio de Huelin, y se denomina igual que la filósofa más famosa de la provincia “María Zambrano”, tampoco ahí he podido entrar. A la tercera fue la vencida: en el barrio de la Cruz del Humilladero se encuentra la biblioteca Manuel Altolaguirre. A esa si puedo entrar. No sé cómo estará el panorama en el resto de bibliotecas municipales, a las que habría que añadir las de la diputación provincial y las universitarias. De ellas no voy a hablar en esta ocasión.
También voy a dejar de lado las bibliotecas municipales a las que no he podido acceder, la del Perchel y la de Huelin, pero sí es mi intención mencionar que las personas que vamos en silla de ruedas tenemos la mala costumbre de orinar cuando nos entra gana, y existe en los lugares públicos y privados la mala costumbre de no tener aseos accesibles para nosotros, lo cual siempre es penoso pero a veces provoca hasta situaciones bastante divertidas.
Les relataré brevemente una de ellas: en esta biblioteca me entró ganas en una ocasión. La persona que atendía al público decía que no existía servicio accesible, pero yo sabía que en el edificio anexo hay uno, y así se lo comuniqué. Pero claro, resulta que para entrar al edificio anexo mentado hace falta una llave que sólo tenía su supervisora. Entonces le pedí amablemente que llamara a su supervisora para abrirme la puerta de ese edificio parte del complejo bibliotecario, anexo al edificio principal.
Total, que vino la supervisora y me abrió la puerta con orgullo y algo de prepotencia. Tras superar este escollo, ahora faltaba entrar al meódromo propiamente dicho, para el que hacía falta una segunda llave de la que disponía también la supervisora. Y ya no tuvo problema en abrir esa puerta, pero inmediatamente se le cambió el color de la cara, ya que, según presumo (y según me confirmó mi asistente personal) esa estancia se había convertido en almacén de utensilios de la trabajadora de la limpieza.
En ese momento saqué la cámara de fotos que siempre llevo a cuestas para tales ocasiones, pidiéndole a la supervisora que me dejara entrar de todas formas para tomar una panorámica del recinto. Ella se opuso, y ante mi insistencia, pasmo y ataque casi incontrolado de risa, se situó ante la puerta del cuarto de baño a dar saltos con los brazos en forma de aspa para evitar que se viera el interior. Debía haberla grabado en su amago de baile salvaje, pero resulta que no tengo la fuerza necesaria para mantener la cámara de fotos del teléfono en alto durante un tiempo prolongado. Las imágenes las toman los asistentes personales que me acompañan en cada momento.
Pero el lugar al que quiero llegar no es la consabida falta de accesibilidad física a los edificios, ni la tragicómica actitud de algunos trabajadores de las instalaciones a las que intentamos ir. Deseo pasar al punto siguiente. Ahora mismo estamos viviendo un periodo de transición o convivencia entre libro de papel tradicional y libro electrónico. En menor medida se puede hablar también de la existencia de audio libros, pero es ínfima la cantidad de libros en pictogramas como para decir que existen.
Va siendo hora de que las bibliotecas reciban las novedades, y los libros en su catálogo, en formato electrónico, audio libro u otro formato cualquiera que lo haga accesible para todo el mundo. Les contaré una historieta: erase una vez que solicité un libro en formato electrónico porque, como he indicado antes, no puedo sostener un volumen de más de 250 páginas aproximadamente en las manos. ¿Que soy un debilucho? Puede ser, pero los debiluchos también tienen derecho a leer, digo yo. Pero vuelvo a la historia, la persona tras el mostrador me dio un libro de la biblioteca con todo el catálogo de libros de los que disponían. Naturalmente, el que yo buscaba no se encontraba entre ellos. Pero de golpe y porrazo me acababan de prestar más de 100 libros.
No es gran cosa teniendo en cuenta que muchos de ellos no los conoce nadie, o por lo menos yo, y creo que algún libro sí conozco. Además, por supuesto cuando entran novedades de libros el catálogo electrónico no se va renovando. El tema de los audio libros, que cada vez va siendo más necesario para más gente, personas ciegas, con baja visión, con vista cansada, personas de avanzada edad, personas que no tienen fuerza ni ganas de dejarse la vista en volúmenes polvorientos, etc. se encuentra igualmente empantanado. Los libros en formato Braille no existen en las bibliotecas públicas entre otras razones porque ocupan mucho espacio. Ligera desventaja para las personas discapacitadas que quieren acceder al mundo de la cultura. Total, no es tan importante un tipo de segregación más.
Hasta aquí hemos llegado por hoy. Pórtense ustedes bien.