Hace 8 años, el diario malagueño SUR nos deleitaba con un artículo que se titulaba “El castigo de la primera fila”. El escrito iba sobre la falta de posibilidades de elección para una persona discapacitada sobre si le apetecía sentarse en primera, segunda, quinta o la última fila de una sala de cine. Poco o nada ha cambiado de eso después de esa notable publicación hace 8 años. Como es normal, si yo estuviera todo el día en el cine, a estas alturas ya no tendría cuello a pesar de que dijera lo contrario.
A mis amigos, más o menos les dio igual sentarse allí el otro día. A mí me gusta estar con mis amigos. Muchas veces he renunciado a ir a ver una película porque sabía el dolor de cuello que se avecinaba. La situación no es única a Málaga, pero sigue siendo ilegal sin depender del lugar donde ocurra. Ya años antes, salió publicada en un periódico gallego más o menos la misma situación solo que esta vez la persona que escribía no iba en silla de ruedas, sino que había llegado con el tiempo justo al cine y la sala ya estaba llena de gente. Por ello no tuvo otra elección más que la de sentarse en la considerada peor fila de la sala de cine (solo por detrás en “peoridad” del asiento que está situado fuera de la sala del cine).
Esto nos dice bastante sobre la falta de igualdad de oportunidades de las personas discapacitadas; en unos casos, para elegir dónde y cómo vivir, en este, dónde queremos sentarnos cuando vamos al cine, en la inspección de trabajo de calle Babel en Málaga, hasta hace bien poco, de circular por el territorio nacional, finalmente, por dónde vamos a cruzar la calle. Porque nadie, o no mucha gente, se habrá fijado en que, para acceder a un paso de peatones, las personas bípedas, lo pueden hacer en el 100% del acceso al paso de peatones desde la acera. Por contra, las personas que vamos en silla de ruedas no.
En la mayoría de ocasiones, la silla de ruedas solo puede ingresar en la calzada por un 60 o 70% del espacio para tener acceso al paso. Por muy bien hecho que esté el rebaje, eso de la igualdad de oportunidades es una falacia en la mayoría de ocasiones. Lo cual no es motivo para sentirse discriminado, pero es una discriminación de libro. Si miramos la definición de discriminación, vemos que es un “trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”. Nosotros somos parte del “etc.”.
La discriminación no es un “sentimiento”, sino un hecho contrastable y constatable. Si has recibido un trato de inferioridad: no poder elegir, por ejemplo, no importan tus sentimientos sino el hecho en sí de que no hayas podido elegir. Luego no vale esto que indica el tweet del instituto nacional de estadística, que dice que más del 94% de personas discapacitadas no se han sentido discriminadas por estar recluidas en una residencia. Repito, lo que sientan da igual.
Si objetivamente han carecido de oportunidades de elegir y controlar su propia vida, y su trato recibido ha sido de inferioridad, entonces, sin tener en cuenta sus sentimientos, han sido discriminadas, por sentido común y según el artículo 5.2 de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad que todo lo tiene uno que justificar.
Aunque quienes me conocen ya lo saben, tengo que repetir una vez más que una situación de discapacidad no es contagiosa pero la discriminación que lleva consigo sí lo es. Cuidado con arrimarse a personas apestadas por nuestro entorno social como yo. ¿Me merece la pena ser siempre la mosca cojonera que pretende que mejoren las instalaciones para cierto grupo de personas y para, en último término, el bien común? Sinceramente no, personalmente. Pero a usted probablemente sí le merece la pena.