Uno de los problemas a los que nos tenemos que enfrentar las personas discapacitadas es que, habiendo barreras y obstáculos que impiden nuestra plena participación e inclusión en los diferentes ámbitos de la vida, nuestro entorno y nosotros mismos tenemos inoculado el sentimiento de que algunas de esas barreras no son motivo suficiente como para criticar que existan. Por ese motivo ancestral, a cualquiera que abra la boca para denunciar públicamente un escalón aquí, un bache allá, una sala sin bucle magnético acullá, se nos dice sin pudor que somos unos privilegiados y que no tenemos motivo para “piarla”.
Por primera vez escuché lo de “piarla” cuando hacía la mili (el servicio militar) parece que la palabra se refiere a quejarse con frecuencia injustificadamente. No recuerdo con exactitud el contexto en el que oí esa palabra. Pero sé que las personas discapacitadas nos enfrentamos a este problema añadido, pues la mayoría de las personas no aprecia justificado el expresar malestar por un escalón, un aseo no accesible, o un canal sin intérprete de lengua de signos. En general, la gente ve esas cosas como menudencias sin importancia que a cualquiera le pueden ocurrir. Nada serio, en su opinión para lo que solo es serio lo que lleve consigo sangre, sudor y lagrimas. Eso va a tardar años, si no siglos, en cambiar para abrir los ojos a la gente y que entienda que esos déficits son agresiones para nuestro gremio.
En ocasiones, hay personas que tienen el privilegio de poder narrar esos sentimientos comunes (de modo oral o por escrito). En este caso el privilegio se convierte casi en obligación, porque no hay que olvidar que a pesar del individualismo que caracteriza nuestra sociedad , estas especies de denuncias públicas no van encaminadas a humillar o señalar con dedo acusador a una persona o institución para que nuestro yo quede satisfecho. Más bien se trata de indicar lo que no se está haciendo correctamente para que se corrija el mal cometido que afecta a numerosas personas. A todas ellas puede beneficiar cuando un solo individuo habla en su lugar.
Sin duda puede tocarnos la fibra el que se nos llame personas privilegiadas que encima nos quejamos. En cambio yo lo veo, y creo que hay que hacerlo así, del modo opuesto: si no hubiera habido algún “privilegiado” que hubiera alertado antes de nosotros del agravio que se estaba infligiendo contra nosotros, continuaríamos todos en una situación cavernícola inmerecida. Imagino que al que la pió en su día le llamaron privilegiado que no tenía derecho a hablar, sin embargo creo que es por personas como esas “privilegiadas” que ahora podemos hablar más, hacer más, estar más incluidos.
Del mismo modo, creo que nosotros, aunque no se aprecie en su justa medida lo que hacemos, debemos seguir alzando la voz por incomprensible que parezca. No debemos olvidar que formamos parte, nos guste o no, de una comunidad de personas que compartimos obligaciones con generaciones precedentes para que la comunidad venidera pueda gozar de beneficios de los que ahora mismo no podemos. Tampoco debemos olvidar que, debido al dinamismo de la vida y a la fragilidad de nuestro gremio, no podemos dejar de estar vigilantes frente a posibles daños que, a poco que nos descuidemos, nos caen en la cabeza. De este modo hay que denunciar públicamente tanto lo aparentemente indoloro como lo claramente cruel, porque lo uno conduce a lo otro en no pocas ocasiones.
En definitiva, no tiene gran sentido que a uno le digan que “otros están peor que tú y no dicen nada” salvo porque esa frase nos debe hacer más conscientes de que por el hecho de que nosotros estemos en mejor situación que otros prácticamente es nuestro deber hablar por los que no tienen la posibilidad de hacerlo.