Ahora parece que a todo el mundo le ha dado por tener su propio podcast y yo no iba a ser menos, a pesar de las dificultades que ello entraña, más aún considerando las dificultades de comunicación que este humilde escribano tiene.
Por tanto, tengo que reconocer que ganas de tener un programita de radio no tengo ni tenía ninguna, pero sopesando la necesidad imperiosa de rellenar un hueco ineludible frente a mi comodidad, venció lo primero. No he hecho una investigación exhaustiva del panorama nacional e internacional, pero por lo poco que he visto, he notado que en estos momentos nadie ha ocupado ese espacio y más vale que alguien lo haga. ¿Que me ha tocado a mí? Mala suerte, como de costumbre. Pero no se puede hacer nada a ese respecto. Solo esperar que alguien tome mi relevo haciendo algo que me satisfaga escuchar en vez de tener que currarme yo cada episodio.
Ese vacío que había que completar consiste, en gran manera, en darle voz a los que normalmente no la tienen. A lo mejor puntualmente sí nos la dan, pero el discurso de la vida independiente queda las más de las veces empantanado en discusiones más o menos escolásticas y no tiene una continuidad largamente obligada. Soy poco o nada corporativista, y no me importa en absoluto que todos hablemos de fútbol aunque no le hayamos pegado una patada a una pelota en la vida. Pero también hay que escuchar a quienes han jugado un partido. Quiero decir, no es necesario ser una persona discapacitada para hablar de la misma, pero es crucial escuchar a esas personas para que no siempre permanezcamos como objeto de lo que otros dicen sino que pasemos a ser sujetos y responsables de lo que decimos y deseamos.
Aquí habrá mucho de lo que quejarse, porque es así. Pero mi intención no es solo darle el micrófono a una persona para que se lamente, sino para que también aporte un rayito de luz a esta penumbra, porque falta nos hace. Ya es difícil dejar las cosas sobre el papel (uno oficial que se llame “ley”) pero más complicado todavía es que ese documento pase del papel a la realidad tangible que cambie nuestro día a día de una forma que podamos notar. En muchas ocasiones, cuando una persona discapacitada saca un poco los pies del tiesto, se le dice que tiene muchas leyes. Eso puede o no ser cierto, pero toda esa normativa no abandona el folio y llega a las calles de nuestros pueblos justamente porque esa persona no es tenida en cuenta.
Creo que eso sucede, en gran parte, porque la legislación tiene demasiados recovecos por los cuales evadirse. Pero sobre todo porque no se ha producido un cambio cultural justo para cumplir con las obligaciones de cada uno. Todavía se nos discrimina o “microagrede” (que diría Agustín Huete) desde múltiples lugares. De modo que ese cambio cultural en nuestro modo de ver la vida, resulta fundamental para alcanzar la igualdad de oportunidades, la no discriminación y el tenernos en cuenta en todas las facetas de la vida.
Alguien se preguntará qué mosca me habrá picado, y eso es normal, porque normalmente se piensa que las personas discriminadas por nuestro funcionamiento vivimos poco menos que como reyes (o reinas, según el caso), pero esa opinión abunda entre quienes no están en nuestro pellejo. Desde luego, como reyes no vivimos ni ganas, por lo menos yo; solo aspiro a vivir en igualdad de condiciones y con las mismas oportunidades que el resto de la población. Por desgracia para mí, eso no ocurre a día de hoy y mucho me temo que tampoco ocurrirá mañana ni pasado mañana.
Un ejemplo para que se queden igual (yo soy mucho de poner ejemplos que no vienen a cuento de nada, que no sirven para aclarar las cosas, y que nos dejan a todos, a mí primero, con una ceja levantada): a nosotros los discapacitados nos ocurre exactamente lo contrario que al resto de personas. Lo habitual es que cuando se cierra una puerta se abren dos ventanas. A nosotros nos pasa lo opuesto: cuando se abre una puerta para nosotros, se cierran dos ventanas, o aparecen dos ventanas cerradas e infranqueables delante de nuestras narices.
Ese es el devenir de las personas discapacitadas, un pasito pa lante, dos pasitos pa atrás, y así avanzamos o no.
Finalizando ya, la idea inicial que tengo en mente es señalar aquello que está mal procurando dar soluciones para resolver los problemas (aunque no necesariamente somos expertos en solucionar cosas). Por lo menos así se conocerán las barreras y obstáculos legales, tradicionales, culturales, físicos y mentales a los que nos tenemos que enfrentar cada día cuando nos levantamos.
Si surge alguien que haga la competencia o que tome el testigo que lo haga rapidito, eso sería buena señal, porque hay interés en saber lo que nos atenaza y cómo podemos ponerle remedio. Así que, ¡ánimo, que somos pocos y cobardes!