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Hola buenos días, buenas tardes, buenas noches, yo ahí ya no me meto. Mi nombre es César Giménez Sánchez y está usted escuchando un nuevo episodio del podcast desestropiciando. Hoy, como es semana alternativa me han dejado más solo que la una. Y no es la primera vez que me lo hacen los muy malvados, ni sospecho que será la última. Allá ellos, ellos se lo pierden.
Resulta curioso que dos personas que viven en un país donde impera un modelo vicioso y cruel de impunidad hacia las personas discapacitadas no tengan problema en identificarse con nombre y apellidos, como si no fueran conscientes del peligro real de violencia física y mental que sobre ellas se cierne.
En cambio, en España, a veces a algunas personas les resulta imposible dar su nombre en antena por temor a perder su puesto de trabajo, o padecer otras represalias más sutiles, pero no menos dolorosas a las que siempre estamos expuestos, entre ellas destaco la pérdida de la asistencia personal y el internamiento (siempre forzoso) en un centro residencial, con el nombre edulcorado que quieran darle a las mismas ahora. Porque también nosotros, nos guste o no, sobrevuela ese peligro permanente.
No estoy seguro de esto pero creo que a la libertad de elección tenemos que ponerle unos límites que deben ser regulados de una manera u otra antes de que la situación se nos vaya de las manos: En este caso, habría que tener en cuenta el significado del carácter excepcional de las situaciones en las que determinadas personas necesitan cuidados médicos específicos durante largos periodos de su vida antes de internarlas en un centro donde recibieran las atenciones adecuadas, con inspecciones frecuentes para evitar las negligencias y maltratos de los que somos objeto las personas discapacitadas muchas veces. Existen numerosos casos de internamiento que no corresponden a una necesidad sino más bien a un lujo que no nos debemos permitir sufragar con dinero público, aunque la cuestión de la procedencia del dinero no tiene nada que ver con el trato que reciben los residentes. Hay, por tanto, que considerar lo que se entiende por excepcional y el tipo de centro al que las personas discapacitadas son enviadas.
Pero, sobre todo, hay que aceptar que la institucionalización a largo plazo supone un fracaso para la sociedad. El éxito está en proporcionar a las personas discapacitadas servicios comunitarios tales como la vivienda, educación inclusiva, transporte o asistencia personal sin sucedáneos. Durante demasiado tiempo nos han hecho comulgar con la idea reduccionista de que las situaciones de discapacidad tienen que ver exclusivamente con lo médico, se nos ha ocultado que esta situación abarca numerosos aspectos de nuestra vida cotidiana, siendo la salud un aspecto relacionado con ella.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, nadie puede negar que la institucionalización de personas discapacitadas y la asistencia personal son inseparables e incompatibles, en tanto en cuanto la institucionalización resta libertad, mientras que la asistencia personal la suma a quien la necesita. Quizás por ello quería poner un episodio sobre institucionalización junto a la serie que le estoy dedicando a la asistencia personal. No debemos perder de vista las supuestas opciones a nuestro alcance. O bien tenemos el apoyo adecuado para permanecer en nuestro propio domicilio gobernándonos a nosotros mismos, o bien seguimos siendo objetos dependientes de la voluntad de otras personas.
En alguna ocasión, cuando empecé a emitir este pequeño programa, hice mención a la importancia que tiene la educación inclusiva como primer paso fuera de la familia hacia la inclusión social y la participación ciudadana de todo individuo, sin distinción alguna por ser discapacitado, no discapacitado, rico, pobre, hombre minúsculo, mujer pequeña, o lo que sea. A propósito de esto, recuerdo que una de mis escasas charlas en un colegio sobre este asunto consistió, y la reproduzco entera, en lo siguiente: “Lo que se aprende con el moco, se olvida poco”. La verdad sea dicha, la charla-conferencia no tenía mucho sentido, pero resultó interesante el aluvión de comentarios y preguntas que vinieron casi a continuación por parte de los pequeños. Si hoy tuviera que repetir la charla, probablemente añadiría que los mocos hay que compartirlos con el compañero. Por lo menos así se callarían un poco los monstruitos.
Lo que quiero decir con esto, es que la inclusión sólo se comparte estando en el mismo espacio, participando en él y conviviendo con la diversidad humana, que es lo que nos enriquece. Así ocurre en la educación, y así ocurre también con la institucionalización de las personas discapacitadas que nos segrega y margina invisibilizándonos ante las clases predominantes.
Y para que exista una verdadera inclusión, no es suficiente el compartir espacios, también hay que tener las mismas vivencias que nuestros semejantes. De otra manera, seríamos como el alumno en la escuela que en los recreos siempre está solo. Y la soledad solo es buena si la elije uno mismo.
Ya llegaríamos tarde a la redistribución de dinero desde los centros residenciales hacia otros servicios de apoyo, si el cierre de centros residenciales para personas discapacitadas hubiera comenzado. Pero es que no ha comenzado. Al contrario, aumenta su número, su financiación por las autoridades, su justificación o pasividad o desidia por parte de las entidades que nos deberían representar bien. Viene a ser la justificación de lo injustificable, por muy manida que esté la expresión. También supone la tiranía de las mayorías, como ya en el siglo XIX decía John Stuart Mill, que no está tan maleada.
Si mala es la desidia, mala la maldad, mala la falta de voluntad por cambiar algo malo por algo bueno, mala la sordera institucional, malo el trato vejatorio, mala la falta de información, mala la violencia de todo tipo, mala la cobardía, y mala la impunidad, lo peor de todo, en mi opinión, son las causas de esa impunidad que produce todo lo demás. La razón principal, creo yo, está en la deshumanización de las personas discapacitadas. Es algo así como cuando a alguien le molesta una mosca y la intenta matar de una palmetada o de un pisotón o como mejor le venga. Ese individuo no siente ningún remordimiento si caza al bicho. Algo parecido le debe pasar a todas esas personas que no consideran importantes los derechos de las personas de nuestro gremio, ¡porque no nos consideran personas! Fin de la historia.
Si usted ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí, le doy mi más sincera enhorabuena. Gracias por escucharme soltar el rollo de hoy (porque vaya tostón) y la próxima vez intentaré que el podcast no sea tan aburrido. A mí lo que personalmente me gusta es escuchar lo que dicen mis interlocutores. Lo que yo piense y tenga que decir, lo haré a su debido tiempo y en mis memorias, que todavía no he empezado a escribir y no sé si algún día lo haré. Pero eso es una historia que de verdad de la buena no le interesa a nadie, ni siquiera a mí. Hasta el próximo día entonces. Gracias de verdad.