ducha supuestamente accesible en piscina pública con barra peligrosa en la espalda del usuario

Lo malo es que la mayoría de las veces lo que nos sucede no es muy espectacular. Lo mismo sucede con la reacción del pueblo, simplemente no comprende que determinados hechos nos pueden afectar más o menos, no comprende que la sucesión de estas barbaridades nos quemen un poco más cada día. Igual que existe el síndrome del cuidador quemado, debería ponérsenos la marca de “discapacitados quemados”. Yo no deseo que se dé una reacción “espectacular” a lo que me sucede, a las formas de agresión que me acontecen con demasiada frecuencia. Me conformo con que haya una reacción y punto (no tiene que ser de película, ni en cuatro dimensiones ni nada de eso).
Sin ir muy lejos, le he enseñado hace un rato la fotografía de mis desdichas de hoy a una vieja amiga y su reacción ha sido la de celebrar que estoy yendo de nuevo a la piscina. Imaginen, si pueden, la soledad que esto produce en cualquier persona.
Es algo así como si asesinaran a mi madre, yo le enseñara el recorte de prensa a algún conocido de la familia, y su reacción fuera comentar lo joven que se mantiene mi madre. Lo sustantivo de la imagen quedaría en segundo plano. Seguro que hay quien niegue la veracidad de lo que comento, pero el ejemplo es bastante ilustrativo de la invisibilidad de lo que a muchos nos acontece cotidianamente. Incluso la poca veracidad que se otorga a nuestras palabras ya nos daña.
La vida del discapacitado, pues, se reduce a una sucesión de anécdotas muchas veces no lo suficientemente grandes para adquirir el rango de agresión, o siquiera de discriminación. A menudo se minusvalora el dolor que llega a producir la falta de accesibilidad (dolor físico, moral y emocional). No obstante, esas anécdotas se van amontonando causando efectos nocivos en las partes implicadas, no solo en el discapacitado, también en sus familiares, amistades, causantes del estropicio con un mínimo de conciencia, y quien llegue a darse cuenta del daño que esta acumulación de agresiones engendra.
En demasiadas ocasiones nos sentimos exactamente igual que hámsters corriendo en la rueda que se les suele poner dentro de la jaula. Entramos en un bucle y nos resulta imposible salir de él. Podemos batir el record de velocidad, pero seguimos situados en el mismo lugar sin movernos del sitio donde antes estábamos.
Por eso un día intenté, sin mucho éxito, diferenciar entre ley y justicia. Creo que lo nuestro, nuestros sinsabores, serían un buen ejemplo de falta de justicia porque hay que poner aparte la ley, que aquí no entra tanto en juego como la sensibilidad de cada individuo. Recientemente he leído que gran parte de los lugares estadounidenses sujetos a los dictados de la ley de los derechos de los discapacitados de allí, son técnicamente accesibles, pero en realidad no lo son. Hay espacios que, cumpliendo todos los requisitos legales a los que están sometidos, no nos sirven a muchos (aseo del área de accesibilidad del ayuntamiento de Málaga, por ejemplo).
Como he repetido aquí y en otros lugares, el desconocimiento lleva a la indiferencia. Personalmente no creo en la maldad de las personas (por regla general) pero cada día noto que es más apreciable la incapacidad de mucha gente de ponerse en piel ajena. Ese fuerte nivel de incomprensión es lo que saca a la luz tanta odiosa apatía, lo que no nos sienta nada bien a la mayoría de las personas.
En definitiva, lo que buscamos con más o menos denuedo las personas discapacitadas no es otra cosa que la paz. A mí, por lo menos, no me gusta nada salir a la calle a enfrentarme o encararme con nadie. Me gusta tratar a las personas de igual a igual, sin necesidad de tener el cuchillo entre los dientes en todo momento. Eso es nocivo para mi dentadura y podría dar lugar a daños no deseados.
No podía dejar pasar la ocasión sin mencionar aquello de que la confianza se gana tras mucho tiempo de contacto con la otra persona pero se pierde en un instante por motivos que a veces resultan difíciles de explicar. Para mi desgracia, hace bastante tiempo que perdí la confianza en gran parte de los individuos que componen nuestra sociedad, pero caigo en la misma piedra de la confianza traicionada una y otra vez.

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