Vista lateral de un autobús de color gris

Había empezado a echar los papeles para asistir al mayor congreso de Europa sobre derechos de las personas discapacitadas. En concreto iba a presentar un trabajo sobre la presunta igualdad de oportunidades en la vida independiente de la que gozamos, como todo ser humano, las personas discapacitadas. Pero el congreso es en la capital de Finlandia, Helsinki, y vale un perral asistir, y yo tendría que pagar el doble aproximadamente por la necesidad de ir acompañado de mi asistente personal. Además, de todos es conocida la situación económica de las personas en situación de discapacidad en general.

Total, que al final no voy a ir por varias razones. La que más me ocupa estos días es que mi padre (que a veces me ayuda en las cosas que necesito) está en el hospital por las cosas propias de su edad, que es avanzada como la de mi madre, a quien no creo que le venga demasiado bien dormir en el sofá de un hospital junto a la cama de él, y luego, en los días de descanso, acudir a su domicilio e intentar ponerlo todo al estilo que ella acostumbra. Esta situación es bastante compleja estos días y, me afecta porque, aunque normalmente tengo una buena red social, cuesta sobrellevar los días en los que el apoyo disminuye.

En fin, que como no voy a ir a Helsinki, expondré ahora mi pequeña idea sobre la falsa igualdad de oportunidades de la que se habla en nuestra Constitución ya desde el primer artículo, en la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad y las leyes que emanan tanto de nuestra carta magna como del tratado internacional del que hablo. Y la situación de estos días me viene muy bien para escribir unos renglones sobre la falta de igualdad de oportunidades con que nos encontramos a cada paso las personas discapacitadas en nuestro día a día, que como ocurre en la vida de la mayoría de gente, a veces resulta impredecible.

 Para ir a visitar a mi padre al hospital en nuestro “magnífico” transporte público hay dos opciones. A saber, puedo coger dos autobuses que me llevan, uno al pueblo donde se encuentra el hospital y después el que me acercaría desde la parada principal de la localidad al hospital mismo. La única pega es doble: Se tarda más de una hora en llegar desde mi casa y además hay que avisar con un día de antelación a la empresa de autobuses para que el vehículo o los vehículos sean accesibles para alguien que va en silla de ruedas, como es el caso. Ya vamos intuyendo la desigualdad de oportunidades que padecemos. Mi hermano va en autobús y no tiene que llamar un día antes para recordarles que pongan un asiento o una escalera.

En ambos, hay personas que necesitamos el concurso de nuestro asistente personal para hacer desplazamientos de este calado, y simplemente no tenemos tiempo material para realizar un viaje de este calibre en menos de dos horas, para por lo menos saludar a la persona enferma.

La opción número dos sería ir en tren hasta el pueblo y desde allí subirse al mismo autobús que en la primera opción. Así llegaría al hospital. En esta ocasión, aunque puede ser un poco más rápido llegar hasta allí, también tendría que llamar el día anterior para que el autobús fuera accesible. Además, ir en tren supone que en la estación del pueblo al que tengo que ir, hay que subir en un ascensor para salir a la calle, y sucede que ese aparato lleva estropeado un número indeterminado de días y no tengo la bola de cristal para saber cuándo estará arreglado. Pregunté en la estación de autobuses, y no sabían tampoco.

Aunque les resulte monótono, les tengo que repetir que está el asunto de que tengo que ir acompañado normalmente de mi asistente personal, y ya les he dicho que la paguita que recibimos los que hemos escogido esa opción para hacer nuestras cosas sirve para comprar un paquete de pipas y poco más. Toda mi pensión no contributiva la veo pasar para aterrizar en la empresa que me lo gestiona todo graciosamente por su precio con lo que no me sobra mucho capital. En ocasiones me habrán oído hablar de que yo tengo un toque de queda para salir a la calle con mi asistente personal. En este caso, tocan a retreta a las 19:00.

Es decir, que mis opciones reales para visitar al enfermo se reducen a viajar con algún familiar que se ofrezca a acercarme en su vehículo privado o alguna amistad que haga lo propio. Por supuesto, porque es un ser humano y me reconoce a mí como tal, el trabajador se ha ofrecido a incumplir su horario laboral echando las horas que sean necesarias. Pero esa no es la idea que yo me hago sobre tener una vida independiente, en la que si necesito un favor se lo pido a un familiar o un amigo, pero en ningún caso a la persona que trabaja para mí. Siempre habrá excepciones, pero no se ha dado el caso todavía.

Odio contar mis intimidades personales, pero no sé porqué ha salido el tema a relucir. Puede ser porque anoche un par de amigos míos me telefonearon cuando se enteraron de este culebrón infumable que les acabo de contar. Pero a lo que voy es a que aquí se ve bastante claramente la falta de igualdad de oportunidades que tenemos las personas discapacitadas con respecto a las no discapacitadas.

La historieta del hospital sirve para poner de manifiesto la insuficiente asistencia personal que tenemos en España, la falta de accesibilidad en los medios de transporte, y la imposibilidad de realizar acciones espontáneas como hace el resto de los bichos vivientes en la Costa del Sol y fuera de ella.

El propósito inicial era hablar de situaciones diferentes, no de condiciones de salud individuales. El sistema educativo excluyente que tenemos, la injustificable institucionalización de personas por el delito que han cometido de alcanzar una edad avanzada o ser personas nacidas discapacitadas o convertidas a esa secta inmunda, la falta de vivienda accesible para personas que vivimos en un contexto discapacitado, y cosas por el estilo. Estos asuntos dan para hacer una presentación bastante decente sobre la falta de igualdad e igualdad de oportunidades que tenemos con respecto a los escenarios de la población en general.

Pero, ya ven, las circunstancias lo agitan todo todito todo cuando menos te lo esperas, y Helsinki se aleja de ti.

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