cimientos sólidos

La manera en que yo lo veo es que la vida en comunidad, o lo que se llama oficialmente “vida independiente” (Adolf Ratzka opina que en Europa se debería llamar vida autodeterminada) solo es posible con la adecuada desinstitucionalización y los apoyos que las personas discapacitadas necesitamos en uno o más momentos del día, semana o mes. Estos apoyos se pueden traducir en: apoyos familiares, apoyos de nuestro entorno de amistades, apoyos de una o varias personas a las que contratamos para realizar, o ayudarnos a realizar, ciertas acciones o tomar ciertas decisiones que nosotros solos no podemos, o nos resulta muy difícil tomar y desempeñar.

La desinstitucionalización se refiere al cierre de las instituciones conjuntamente con la construcción de herramientas de apoyo suficientes para que la persona discapacitada pueda llevar a buen término su proyecto de vida. Por supuesto, los apoyos no se limitan únicamente a apoyos humanos.

También cabe destacar aquellas otras ayudas que nos proporcionan la tecnología existente y otros sistemas que facilitan nuestra comunicación, nuestra interacción con el resto de personas y con el mundo; nuestro refugio de la intemperie, y nuestro acceso a diferentes lugares en condiciones óptimas tanto física como sensorialmente, sin olvidar el acceso necesario mental, intelectual, comportamental, y todo lo que haga referencia a nuestra interacción con el mundo exterior construido por nosotros mismos.

De este modo, son absolutamente necesarias medidas y políticas favorables a la accesibilidad a la vivienda y el entorno construido, la viabilidad de efectuar viajes y la elaboración de medios de transporte adecuados a nuestras necesidades, lo que redundará en beneficio de todos.

Con los medios adecuados a cada persona, y siempre dentro del sistema laboral ordinario abierto, con ajustes razonables y pertinentes suficientes, debemos disponer del dinero suficiente para poder participar en igualdad de condiciones con las demás personas de las actividades que propone nuestra sociedad, y también debemos nada menos que beneficiarnos de un sistema educativo en el que quepamos todos y que nos proporcione situarnos en el mismo punto de salida de lo que se ha convertido en una perversa carrera hacia un fin casi siempre inesperado y desconocido. No podemos adivinar ni de cerca el sentido de nuestra vida. Menos aún si vamos corriendo como pollo sin cabeza por ella.

Algunos individuos, yo no eludo mi parte de responsabilidad, nos hemos dedicado durante mucho tiempo (probablemente más del que era estrictamente necesario) a desechar ideas e innovaciones de otros grupos y personas. Sus propuestas pueden haber tenido cierto valor, pero sucede que tenían que ser “perfectas” para ser admitidas por el general de la población, y así no conseguíamos avanzar en ninguna dirección, quedando estancados en el mismo sitio donde nos encontrábamos con anterioridad. Lo que no podemos permitirnos hacer es retroceder el corto camino ya recorrido.

No seamos, pues, tan arrogantes como para creer que estamos en la posesión de la verdad absoluta porque raramente es así. Nadie desea, por otro lado, dogmatizar a los demás con sus lugares visitados una y otra vez, aunque sí quiere que su participación en el complejo proceso de construcción que se nos ha echado encima sea efectiva.

Dicho lo anterior, y sin la menor intención de renunciar a ciertos principios impepinables, todos tenemos la obligación de abrir, siquiera un resquicio, nuestra mente para dejar entrar nuevos aires que de seguro serán beneficiosos para alcanzar el bien común, que no es otra cosa que lo que intentamos conseguir en el mejor de los casos. Sin olvidar que las buenas intenciones son indispensables, pero no suficientes. Deben traducirse en hechos tangibles, ya que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones no materializadas.

Son absolutamente necesarias las alianzas con grupos de personas ajenos a nuestras afinidades para intentar, cuando menos, ponernos en la piel de otros para tener una diferente perspectiva del mismo mundo que intentamos habitar. Y ello sin pretender pisotear su individualidad ni desdeñar sus opiniones, por mucho que se alejen de las nuestras (tampoco es aceptable lo contrario). Solo trabajando juntos con unos cimientos sólidos encontraremos lugares de encuentro en los que nos podamos reflejar y reconocer unos a otros.

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